domingo, 11 de septiembre de 2011

La tolerancia

"Podría no estar de acuerdo con lo que dices, pero daría hasta mi vida por defender el derecho que tienes a decirlo".





La tolerancia es el respeto a la libertad de los demás, a su forma de actuar o a sus opiniones y pensamientos. Todos somos distintos, por tanto la tolerancia será la única herramienta que nos permitirá  convivir en armonía con el resto de las personas.

Vivimos en un mundo diverso, donde nos encontraremos personas con formas de pensar diferentes a nosotros y ante esto debemos ser tolerantes ante las costumbres de los demás, sus creencias, sus ideologías, etc, aceptar a las personas tal y como son.

Aquí les dejo una lectura relacionada a lo anterior:



“Porque de buena gana toleráis a los necios, siendo vosotros cuerdos” (2 Corintios 11:19)

Cuento tradicional africano

Un bebé rana saltaba por el campo, feliz de haber dejadode ser renacuajo, cuando se encontró con un ser muy raro que se arrastraba por el piso. Al principio se asustó mucho, pues jamás en su corta vida terrestre había visto un gusano tan largo y tan gordo.
Además, el ruido que hacía al meter y sacar la lengua de su boca era como para ponerle la piel de gallina a cualquier rana. Se trataba en verdad de un bicho raro, pero tenía, eso sí, los colores más hermosos que el bebé rana había visto jamás. Este vistoso colorido alegró inmensamente al bebé rana y le hizo abandonar de un momento a otro sus temores. Fue así como se acercó y le habló.
–¡Hola! –dijo el bebé rana, con el tono de voz más natural y
selvático que encontró–. ¿Quién eres tú? ¿Qué haces arrastrándote por el piso?
–Soy un bebé serpiente –contestó el ser, con una voz llena de silbidos, como si el aire se le escapara sin control por entre los dientes–. Las serpientes caminamos así.
–¿Quieres que te enseñe?
–¡Sí, sí! –exclamó el bebé rana, impulsándose hacia arriba con sus
dos larguísimas patas traseras, en señal de alegría.
El bebé serpiente le dio entonces unas cuantas clases del secreto arte dearrastrarse por el piso, en el que ninguna rana se había aventurado hasta entonces. Luego de un par de horas de intentos fallidos, en los que el bebé rana tragó tierra por montones y terminó con la cabeza clavada en el suelo y sus largas patas agitándose en el aire, pudo por fin avanzar algunos metros, aunque de forma bastante cómica.
–Ahora yo quiero enseñarte a saltar. ¿Te gustaría? –le preguntó el bebé rana a su nuevo amigo.
–¡Encantado! –repuso el bebé serpiente, haciendo remolinos en el suelo, de la emoción.
Y el bebé rana le enseñó entonces al bebé serpiente el difícil arte de caminar saltando, en el que ninguna serpiente se había aventurado hasta entonces. Para el bebé serpiente fue tan difícil aprender a saltar como para el bebé rana aprender a arrastrarse por el piso.
Fueron precisas más de dos horas para que el bebé serpiente pudiera despegar del suelo por completo su larguísimo cuerpo. Al fin lo logró, pero se veía tan gracioso cuando se elevaba, y chapoteaba tan fuertemente entre el barro después de cada salto, que los dos amigos no podían menos que reírse a carcajadas.
Así pasaron toda la mañana, divirtiéndose como enanos y burlándose amistosamente el uno del otro. Y hubieran seguido todo el día si sus respectivos estómagos no hubieran empezado a crujir, recordándoles que era hora de comer.
–¡Nos vemos mañana a la misma hora! –dijeron al despedirse.
–¡Hola mamá, mira lo que aprendí a hacer! –gritó el bebé rana al entrar a su casa. Y de inmediato se puso a arrastrarse por el piso, orgulloso de lo que había aprendido.
–¿Quién te enseñó a hacer eso? –gritó la mamá rana furiosa, tan furiosa que el bebé rana quedó paralizado del susto.
–Un bebé serpiente de colores que conocí esta mañana –contestó atemorizado el bebé rana.
–¿No sabes que la familia serpiente y la familia rana somos enemigas? –siguió tronando mamá rana–.Te prohíbo terminantemente que te vuelvas a ver con ese bebé serpiente.
–¿Por qué?
–Porque las serpientes no nos gustan, y punto. Son venenosas y malvadas. Además, nos tienen odio.
–Pero si el bebé serpiente no me odia. Él es mi amigo –replicó el bebé rana, con lágrimas en los ojos.
–No sabes lo que dices. Y deja ya de quejarte, ¿está bien?
El bebé rana no probó ni una sola de las deliciosas moscas que su mamá le tenía para el almuerzo. Se le había quitado el hambre y no entendía por qué. (Lo que pasaba era que estaba triste y no lo sabía). Cuando el bebé serpiente llegó a su casa, le ocurrió algo similar.
–¿Quién te enseñó a saltar de esa manera tan ridícula? –le preguntó su mamá, parándose en la cola de la rabia.
–Un bebé rana graciosísimo que conocí esta mañana.
–¡Las ranas y las serpientes no pueden andar juntas! ¡Qué vergüenza! ¡La próxima vez que te encuentres con ese bebé rana, mátalo y cómetelo!
–¿Por qué? –preguntó el bebé serpiente, aterrado.
–Porque las serpientes siempre han matado y se han comido a las ranas. Así ha sido y tiene que seguir siendo siempre. Ni falta hace decir cómo se sintió el bebé serpiente de sólo imaginarse matando a su amigo y luego comiéndoselo como si nada.
Al día siguiente, a la hora de la cita, el bebé rana y el bebé serpiente no se saludaron. Se mantuvieron alejados el uno del otro, mirándose con desconfianza y recelo, aunque con una profunda tristeza en el corazón. Y así ha seguido siendo desde entonces.

Reflexión: ¿Cuántas amistades hemos perdido debido a los prejuicios?

Sin embargo, tambien debemos aprender a ser tolerantes a las circunstancias, y tratar de verlas siempre como una oportunidad para aprender.

Aqui una lectura relacionada a lo anterior:

El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja,acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar.
Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazo a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Posteriormente me acompañó hasta el auto.
Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes. "Oh, ese es mi árbol de problemas", contestó.
"Se que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez".
"Lo divertido es", dijo sonriendo, "que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.

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